
Nada más que un silencio profundo, una pausa entre las millones de voces que habitan el mundo. El verdadero momento del cara a cara con uno mismo. El refugio y el abismo. El lugar donde los sueños olvidados pueden resurgir, donde las heridas pueden comenzar a sanar. Pero también un espejo que refleja las grietas, esas que tratamos de ocultar bajo sonrisas forzadas. En sus rincones oscuros, puede crecer el anhelo de una voz que rompe el silencio y nos recuerda que no estamos solos.
La soledad, en su esencia puede ser un regalo, un momento de introspección y crecimiento, o un peso que nos hunde si no sabemos cómo manejarla. Es en definitiva, una parte inevitable del viaje humano, y aunque a veces duele, también nos da la oportunidad de descubrir quiénes somos realmente, en lo más profundo de nuestro ser.
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